Es un hecho que las personas
somos diferentes, y hemos aprendido que eso continúa vigente incluso en
la forma en la que nuestros cerebros organizan la información, es imperioso
tener autoconciencia de nuestras fortalezas, debilidades, de nuestras
inteligencias y de la manera en la que aprendemos. La ignorancia de estos
aspectos puede frustrar el proceso cognitivo, en cambio, un concienzudo examen
de nuestras cualidades intelectuales (las mencionadas anteriormente) puede
potenciar el aprendizaje a su máximo exponente.
En el aprendizaje, como en casi cualquier aspecto de nuestra
vida, es necesario un sistema. Todos los que han asistido a la escuela estarán
de acuerdo, que existe un horario de clases que rige la hora de inicio, las
frecuencias a la semana, los libros de texto, etc. En el trabajo también hay un
horario que rige a todo empleado, un jefe y unas reglas que determinan el rumbo
y la sana convivencia entre los empleados, empleadores, clientes a intereses de
la compañía.
Si nos ponemos a pensar, la mayoría de nuestra vida se rige
por un sistema directriz que nos ayuda a preservar el orden. Incluso los
semáforos y las leyes de tránsito son un sistema que nos permite regular la
vialidad, si vamos en una autopista de alta velocidad o en una zona escolar (donde
en México no podemos rebasar los 30 Km/h). Si trasladamos esto al aspecto
bíblico, algunos de los más letrados pueden estar leyendo la Biblia como en una
autopista, muy rápido, leen mucho pues a eso están acostumbrados, pero hay
personas que o leen muy poco o no leen, me atrevo a decir que están estacionados.
Estos sistemas rectores de los que les hablo son aliados
fieles tanto en nuestra lectura como en la memorización de textos, incluso en
oración. Existen diversos métodos para leer la Biblia, ya sea 3 capítulos
diarios o 15 capítulos diarios, el sistema depende de las posibilidades
actuales de la persona (las cuales pueden mejorar). En el ámbito de la memoria,
el sistema determinado de igual manera tendrá que estar en función de las
capacidades de la persona. No queramos correr y aprendernos el libro de Hebreos
de memoria en primera instancia (lo cual es perfectamente posible, pero irracional
si queremos empezar por ahí nuestro hábito de memorización).
El sistema lo puedes elaborar tú, solo determina la
frecuencia de memorización; es decir, 1 versículo al mes, cada dos semanas,
cada semana, cada tercer día, cada dos, cada día o incluso con mucha practica y
los métodos correctos puedes memorizar hasta más de 1 versículo diario.
Algunos de los planes de memorización que existen son los
siguientes (obviamente la efectividad depende de la eficiencia del método. En
los siguientes planes se consideró un método genérico relativamente eficiente).
Plan A: Memorizar 1
versículo cada 2 semanas; 26 versículos en 1 año.
Plan B: Memorizar 1 versículo cada semana; 52 versículos en 1 año.
Plan C: Memorizar 2 versículos cada semana; 104 versículos en un año.
Plan D: Memorizar 1 versículo cada 2 días; más de 182 versículos en un año
Plan E: Memorizar 1 versículo cada día; 365 versículos en un año
Plan B: Memorizar 1 versículo cada semana; 52 versículos en 1 año.
Plan C: Memorizar 2 versículos cada semana; 104 versículos en un año.
Plan D: Memorizar 1 versículo cada 2 días; más de 182 versículos en un año
Plan E: Memorizar 1 versículo cada día; 365 versículos en un año
Estos son sistemas de memorización que nos ayudan a hacer de esto un hábito en nuestra vida, pero los sistemas son flexibles; por ejemplo, si hay un concurso de textos en tu iglesia y tal concurso es en un mes, puedes elaborar tu sistema temporal de un mes en el cual trates de memorizar tres versículos diarios y esto te permitirá memorizar cerca de 90 textos en dicho mes, y sin duda ganar el concurso.
Se sobreentiende que nosotros no memorizamos la
palabra para levantarnos el cuello con la cantidad de conocimiento bíblico que
poseemos ni estudiamos para ganar un concurso, sino para que la palabra de Dios
habite en nuestro corazón y en nuestra mente, para disponer de ella en
cualquier momento aunque no tengamos una biblia en mano, para que el espíritu
santo nos la recuerde en el momento necesario y para ser transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento.
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